Ya os comentaba que en San Sebastián había disfrutado de poco Cine. Quería hacer una puntualización: esto del Arte, en cualquiera de sus manifestaciones, lo he visto siempre de una forma muy simple. O me emociona o me deja frío. Si es la primera impresión, estoy ante una obra de arte. Si es la segunda, no me interesa. Y, por supuesto, según mi único y personal criterio, porque como señala el dicho popular que ya conocéis, la opinión es como el culo: todos tenemos uno. Así que, desde este sencillo punto de vista, el cine de Zinemaldia no me ha vuelto loco. Algunos brochazos por aquí y por allá, pero no hubo cuadros redondos.
Ah, eso sí, tuvimos una hermosa ocasión de emocionarnos y, además, de una forma muy especial. El segundo día se proyectó Bicicleta, cuchara, manzana (Bicicleta, cullera, poma en el original) el inmenso documental que recorre -desde el momento de la “confesión” del diagnóstico, hasta la actualidad- el proceso de la enfermedad de Alzheimer de Pascual Maragall. Durante el documental, el enfermo (además de toda su familia y entorno) se desviste completamente ante nosotros. Podemos disfrutar de momentos donde nos ofrece ejemplos de un magnífico sentido del humor combinados con baches enormes en los que todo parece desmoronarse. Mujer e hijos cuentan sus sentimientos de frustración que se resumen en esa magnífica frase de la más pequeña: “No temo el momento en el que mi padre no me reconozca, temo el instante en el que sea yo quien no lo reconozca”. Impresionante.
Cuando la memoria se pierde, cuando dejamos de ser identificados por nuestros seres queridos, cuando nuestros padres, parejas o amigos ya no son ellos sino un cuerpo sin recuerdos, ese debe ser un instante terrible. Y el que sufre la enfermedad, sabe lo que le va a acontecer, que cada paso y cada día que transcurre es un paso y un día más hacia el pozo del olvido. Como en aquella obra de Jardiel Poncela (Cuatro corazones con freno y marcha atrás), se camina al retorno de volver a ser un bebé recién nacido.
Ya veis, hasta el más aguerrido lloró como niño de teta. Y más sintiendo a todos los protagonistas del documental a cinco metros de nuestras espaldas. Arriba tenéis la foto que pude tomar de la salida de la familia del Kursaal. Podéis observar la emoción en los ojos de toda la gente. Aún se me pone la carne de gallina cuando la veo. Y abajo, una foto robada a nuestro compañero David Garrido (él me afanó la de la Pedroche, así que estamos en paz). Es muy, muy bonita: Maragall y sus hijos viendo, en la pantalla gigante del María Cristina, la rueda de prensa que ofrecía su mujer y el director del documental. Parece que disfruta como lo que, inexorablemente, volverá a ser: un niño.
No os perdáis esta joya cuando la estrenen. Que no se os olvide
Es curioso, no me consideraba un mitómano ni un perseguidor de “celebrities”. Pero, a la vejez, viruela.
Este año no voy a hablar de cine porque creo que he visto muy poco en el 58 Festival de San Sebastián. No sé si me explico, he visto películas, pero cine... Además, contando con otros blogs (Kulechov y Cinemérida) de referencia aquí cerca, tampoco puedo aportar mucho más.
En esta edición he podido profundizar más la relación con David, los Tonis y José Manuel. Aparte de su ya probada cultura cinéfila, este año tuve oportunidad de disfrutar de su lado oscuro: su pulsión por la “celebrity pursuit”. En realidad no se trata de una persecución al uso, sino de una serie de tácticas taimadas y efectivas para propiciar el encontronazo con el famoso. Y para la oportuna foto. Se espera al final de la rueda de prensa, o se pasea por el María Cristina con aires de despistado, o se establece un plan de ataque con el Programa de llegadas. Todo es válido para conseguir el objetivo.
El trabajo es duro y arriesgado. Tengamos en cuenta que éramos cinco veteranos galanes, que aunque agraciados, nada teníamos que hacer contra la legión de veinteañeras con escotes generosos con las que teníamos que competir. Pero oye, el diablo sabe más por viejo que por diablo.
Que un famosete se haga una foto, con cinco chicharros, no en grupo sino uno a uno, es más complicado de lo que parece. Pero, como le digo a mis chiquillos, lo que empieza con un “por favor” y lo que termina con un “gracias” tiene la mitad del camino recorrido.
Para los que no teneis “feisbus”, donde hay un álbum dedicado, os paso unas cuantas imágenes, para que os hagáis una idea. Y no os olvidéis de pasaros por Kulechov y Cinemérida, para que os hablen del cine que dicen que hubo por San Sebastián.
Aquí estamos. Sábado por la tarde y sin salir. Bueno, dentro de un rato me añadiré a una reunión de amigos para ver si quedamos para quedar a ver si quedamos para ir un fin de semana a Londres. La quedada promete. En caso de que el parto sea niño tendré que recuperarme como la bala. No me veo por Piccadilly con muletas. Parece que vamos a celebrar que hemos llegado a los taytantos sin habernos roto la crisma ni conseguir protagonizar una fechoría digna de un guión de Tarantino. Alzaremos unas pintas en un brindis por el presente y por el futuro. Echaremos unas risas alrededor del Támesis y añadiremos nuevas aventuras para el libro del Abuelo Cebolleta.
Quien lo diría, si hace cuatro días que estábamos en la playa de Laredo. Cinco melenudos a bordo de un R 6 con la tapicería de leopardo y un R 5 gris marengo. Cinco locos despreocupados por lo que nos fuera a suceder. Cinco niños que se iban a comer el mundo.
Sé que alguno de vosotros guardáis aquella fotografía. Ánimo, escaneadla y la traemos a este Zoquete. Que nos vamos a reir un rato. Nadie verterá una lágrima por los tiempos pasados porque se la guardará en lo más recóndito. Porque, a fin de cuentas, estamos en la mejor edad.
Nota: La convalecencia de una rotura muscular no duele. Pero el reposo obligado es una tortura. Por eso dicen que no hay cojo bueno.