Uno de los programas
televisivos más falaces, mentirosos y
dañinos de esta última década es, sin duda alguna, “Españoles en el mundo” (y
algún sucedáneo tipo “Callejeros viajeros”). Como parte muy importante del plan
estratégico diseñado para destrozar la sociedad que hemos disfrutado hasta
ahora, este tipo de programas nos lanza una propuesta malvada: salid de aquí,
rapiditos; probad fortuna más allá de nuestras fronteras, allí donde nuestros
paisanos lo están pasando de puta madre; seguid al amor de vuestras vidas allá
donde os lleve y no os preocupéis, que siempre irá vuestra mamá a visitaros con
un poco de Jabugo envasado al vacío. El esquema de cualquier episodio está
basado en estos pilares: aventura, amor y la madre que llegará a hacerte la
colada.
Prácticamente desapercibidos, pasan
artículos como aquel que El País aportó hace unas semanas. En él vemos la otra
cara de la moneda: la del desesperado que abandona España después de haber
agotado su subsidio y sus esperanzas. Vemos cómo llega a un país desconociendo
completamente el idioma y cómo se da de bruces con una realidad inmisericorde
que, en apenas unas semanas, lo estampa contra la miseria. Sin familia, sin
amigos, sin recursos… en un abrir y cerrar de ojos ya era un inmigrante con una
mano delante y otra detrás, como aquel con el que había compartido andamio hace
un par de años.
En ese
mismo periodo de tiempo hemos retrocedido como grupo social inmensamente mucho
más que como actores económicos. Como no despertemos, volveremos a ser miserables,
insolidarios y cortos de miras. Vamos a caer en un sálvese quien pueda si no
reaccionamos de la única manera posible: esto lo arreglamos quedándonos aquí y
dando el callo. Sigamos formando a nuestros jóvenes incluso mucho mejor que antes. No
caigamos en la trampa de que no merece la pena tener estudios y conocimientos.
La ignorancia les haría definitivamente esclavos. Y, la felicidad -como el amor,
como la justicia- hay que trabajarla día
a día con confianza y perseverancia. No dejemos que los malos se salgan con la suya.
Somos más y, por supuesto, mejores personas. Éste es el único sentido de esta
(cortísima) vida, coño: aguantar, sobrevivir y disfrutar. Y no darse por vencidos.
Llegad hasta el final, por favor: