LAS MUJERES VIOLENTAS (I)























En el pleistoceno, cuando estaba matriculado en la Universidad (nótese la ironía), una de esas extraescolares que complementaban mi formación integral era la famosa tienda Discos Linacero. Toda una institución en Zaragoza, merecedora de un documental que le haga justicia. Allí acudíamos (con una cantidad de dinero disponible inversamente proporcional a la ilusión por escuchar buena música) varios jetas desocupados. Aprovechábamos hasta el tuétano la posibilidad, en aquel tiempo completamente original, de escuchar todas las novedades que el dependiente nos ofrecía en plan Dj-Gurú. Y digo “dependiente”, porque dependía de quien estuviera aquel día, porque ya teníamos calado cual era el que nos iba a dejar estar más de un cuarto de hora fisgoneando, sin dejar un duro y cual nos iba a enviar a chiflar a la vía.

Allí coincidíamos estudiantes desharrapados, los ni-nis de la época (que no son un invento actual) y el susumcorda intelectualoide y musical. En ese documental que reivindico estarían presentes Bunbury y Juan Valdivia (Héroes del Silencio), el desaparecido Mauricio Aznar (Más Birras), El profesor Gabriel Sopeña, Santi Rex (Los Niños del Brasil), Pedro Valdivia (Zumo de Vidrio) o Los Especialistas. A todos ellos los vi allí buceando entre vinilos. Quizás ya zascandilearan por allí Juan y Eva Amaral. En aquellos momentos, para mí, sólo eran modernillos de pelos cardados o tupés imposibles. Los miraba con una mezcla de curiosidad, envidia y, sobre todo, desconocimiento de quién era exactamente quién. En ningún momento pensé que iban a ser protagonistas de la historia musical contemporánea. ¡Qué pena que esta historia se haya escrito casi únicamente desde Madrid y su caníbal movida! ¡Cuánto le queda por reivindicar a la cultura zaragozana!

A veces cometo el error de volver a escuchar discos de mi juventud. Intento evitarlo porque me invade esa nostalgia por la juventud perdida y me abruma la constancia de que, aunque no siempre tiempos pasados fueron mejores, lo que sí está claro es que son pasados irremisiblemente. Este disco lo compré en Linacero en 1984 y fue de los pocos por los que me rasqué el bolsillo en aquellas fechas. Iba tan justo de dinero que dejaba en el último rincón de mi mesilla el importe exacto del billete de vuelta a Calahorra y antes dejaba de comer que tocarlo. El dependiente simpático de aquella tarde nos ofreció (a alguno de los arriba señalados, sin duda, y a mí) varios de los cortes de un disco en cuya portada salía una niña que miraba, curiosa, lo que acontecía en el interior de una casa. Y me quedé tieso: un rock directo de guitarra, bajo y una percusión que apenas consistía en unos redobles de caja. Canciones directas, simples, sin distorsiones ni efectos pirotécnicos (despertábamos del rock Sinfónico y ya nos acosaban Simple Minds, The Cure y Joy Division, no lo olvidéis). Con una voz que incluso podría pasar por desagradable pero llena de matices y muy personal, la de Gordon Gano.

Esa tarde se pincharon muchos más vinilos pero no recuerdo ninguno. Aún tengo el regusto de esa sensación de urgencia por hacerme con ese disco, como fuese. Tengamos en cuenta que, en aquellos años, nuestra colección musical consistía prácticamente en una caja de zapatos llena de cintas amarillas que se grababan pegando el micrófono de un radiocassete con el altavoz de otro. El EMule de los ´80. Si entraba algún disco en nuestras casas era el que elegía el hermano mayor que trabajaba, y según su único y dictatorial criterio.

(continúa)

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